Camargo Rain (planeta Tierra, España, siglo xx), de quien en ocasiones se dijo que
era marciano –aunque en general se le tildara sólo de perro verde–, fue
sucesivamente estudiante, ala pívot (en el colegio), cabo rojo, escritor de
columnas periodísticas, aficionado a la cerveza y otras hierbas, cocinero y
músico por afición, maestro de turistas, correcaminos, fotomatón, defensor de
la gramática, observador de los cielos estrellados..., pero comenzaré de nuevo porque
me estoy liando.
Camargo Rain, autor de este y otros trabajos (algunos
larguísimos), a los dieciocho años comía piedras, y a los veinticinco hacía
arroz como si fuera para el perro: lo echaba en una cazuela y revolvía...
(Tampoco. A ver ahora.)
Camargo Rain, que tiene de todo –menos vergüenza–, aparte
de hacer un millón de fotos también ha ejercido otras industrias, de las que la
menor no ha sido la de escribir novelas, unas ambientadas en la época actual y
otras en la más lejana de las lejanías..., novelas de aventuras para
quienes leen con los ojos, que es lo habitual, pero también para quienes lo
hacen con los pies (deseando que dejen de hacerlo), que son abundantes; para
quienes tienen hambre –que asimismo puede ser de lectura–, y para quienes de improviso
necesitan un rato de diversión. En estos libros, por supuesto, no se aclaran
todos los procedimientos para recorrer con bien los borrascosos senderos de la
existencia, y mucho menos los modernos, pero sí algunos: los que a quien
lo escribió (entre sesión y sesión) le parecieron más importantes.
El que quiera saber más, que mire AQUÍ.
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