lunes, 10 de septiembre de 2012
El "ensanche" santanderino
Días atrás he hablado del incendio de Santander de febrero de 1941 (esto se puede ver aquí, aquí y aquí), cuando durante una noche de viento sur huracanado se quemó por completo lo que durante siglos había sido el centro de la ciudad. Aquello fue una catástrofe, claro es, pues nos quedamos sin buena parte de la historia de la población, pero aún restó parte de lo antiguo, que ahí sigue. Se trata de lo que se conoce como el ensanche, barrio construido entre la mitad y el final del siglo XIX. Son casas antiguas y muy bonitas, por lo que no se pierde nada dándose una vuelta por allí.
En el mapa, rebordeado de rosa y tachado de rojo, se señala la parte que se quemó (hoy reconstruida según los patrones de 1942 y años posteriores, lo que se ha dado en llamar arquitectura franquista o neo herreriana), y rebordeado de amarillo se muestra el ensanche, que ya se ve que es grande. Este barrio linda al sur con las aguas de la bahía, y el paseo que lo delimita es el paseo de Pereda, también conocido antiguamente como el Bulevar, o más recientemente, el tontódromo.
En la foto que antecede a estas líneas se ve una de las casas más sobresalientes, la que se conoce como Arcos de Botín, y la que encabeza este comunicado (arriba del todo) es una vista del citado paseo (el de Pereda) desde el palacete del Embarcadero.
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Camargo Rain, de quien en ocasiones se dijo que era marciano –aunque en general se le tildara sólo de perro verde–, fue sucesivamente estudiante, ala pívot (en el colegio), cabo rojo, escritor de columnas periodísticas, aficionado a la cerveza y otras hierbas, cocinero y músico por afición, maestro de turistas, correcaminos, fotomatón, defensor de la gramática, observador de los cielos estrellados..., pero comenzaré de nuevo porque me estoy liando.
Camargo Rain, que tiene de todo –menos vergüenza–, aparte de hacer un millón de fotos también ha ejercido otras industrias, de las que la menor no ha sido la de escribir novelas, novelas de aventuras diversas, unas ambientadas en la época actual y otras en la más lejana de las lejanías..., novelas de aventuras múltiples para quienes leen con los ojos, que es lo habitual, pero también para quienes lo hacen con los pies (deseando que dejen de hacerlo), que son abundantes; para quienes tienen hambre –que asimismo puede ser de lectura–, y para quienes de improviso necesitan un rato de diversión...
Además, por si lo anterior fuera poco: ¿no es cierto que todos llevamos pintado en la cara cuanto hemos pensado a lo largo de la vida?
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