Es un extraño fenómeno este que sucede en nuestra electrónica sociedad. Basta con que la TV diga algo, que allí se lanza la mara a contemplarlo. El lugar de la foto está por lo general desierto, pero como los del tiempo habían anunciado temporal huracanado (galerna, vamos, para entendernos) en toda la costa norte, la afluencia de público cargado de cámaras y trípodes (y algunos incluso flashes, no se lo pierdan) ha sido de las que se ven pocas veces. Desde el extremo del Chiqui (estoy hablando de Santander) hasta la entrada de la bahía se agolpaban no menos de mil o dos mil individu@s provist@s de sus adminículos, y todos deseosos de hacer otra vez esa foto que tantísimas veces hemos visto (que yo sepa la hemos visto desde los años 60, que ya ha llovido) en la que la ola pasa por encima de la isla de Mouro y la tapa.
Al final, nada; mucho ruido y pocas nueces. Ni temporal huracanado, ni galerna, ni cosa que se le parezca; había bastante mar de fondo, pero eso era todo. Una plácida mañana de suroeste perfecta para tomarse una cerveza en el soleado bar donde se cogen las pedreñeras, lugar en el que, como es lógico, no había nadie: estaban todos esperando a la ola, que, vaya por Dios, no vino. Otra vez será.
(La foto se ve bastante mejor haciendo clic sobre ella. Lo digo porque hay gente que no lo sabe).
jueves, 15 de diciembre de 2011
Otra vez la isla de Mouro
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Camargo Rain, de quien en ocasiones se dijo que era marciano –aunque en general se le tildara sólo de perro verde–, fue sucesivamente estudiante, ala pívot (en el colegio), cabo rojo, escritor de columnas periodísticas, aficionado a la cerveza y otras hierbas, cocinero y músico por afición, maestro de turistas, correcaminos, fotomatón, defensor de la gramática, observador de los cielos estrellados..., pero comenzaré de nuevo porque me estoy liando.
Camargo Rain, que tiene de todo –menos vergüenza–, aparte de hacer un millón de fotos también ha ejercido otras industrias, de las que la menor no ha sido la de escribir novelas, novelas de aventuras diversas, unas ambientadas en la época actual y otras en la más lejana de las lejanías..., novelas de aventuras múltiples para quienes leen con los ojos, que es lo habitual, pero también para quienes lo hacen con los pies (deseando que dejen de hacerlo), que son abundantes; para quienes tienen hambre –que asimismo puede ser de lectura–, y para quienes de improviso necesitan un rato de diversión...
Además, por si lo anterior fuera poco: ¿no es cierto que todos llevamos pintado en la cara cuanto hemos pensado a lo largo de la vida?
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